[Crónica] Elecciones en Valle de Chalco
El día 2 de noviembre de 2009 fue un día tenso en la regularmente apacible vida del municipio Valle de Chalco, más concretamente dentro de la colonia Darío Martínez: las elecciones de delegado local se llevaron a cabo. Los eventos electorales no suelen traer toda la tensión por sí solos, los ánimos exaltados o la indiferencia popular pueden intensificarse o reducirse de acuerdo con varios factores. Lo que hizo que esta ocasión levantara sin precedentes la atención de la gente fue la postulación como candidata a delegada por la planilla roja de Eugenia Pérez Hernández, alias, “La Chivera”.

Ésta, mujer tempestuosa, es acreedora de bastante popularidad en la colonia y sus alrededores, al grado que incluso yo (un estudiante universitario comúnmente desinteresado de los asuntos políticos de índole local, quizá por la actitud irónicamente más frecuente entre los jóvenes, todos quieren arreglar el país y luego su casa) sé bien qué significa el eco de su nombre entre los vecinos y conocidos de este lugar.

No sólo maneja el sistema de recolección de basura, sino que controla otros círculos comunitarios, como la dirección de la lechería Liconsa y el grupo antorchista local de apoyo a gente con mínimos recursos, entre otras labores. Estos aspectos aparentemente no la dotan de un poder cierto, lo que debo mencionar es cómo la señora Chivera se ha desenvuelto en cada situación.

La dirección de una lechería Liconsa no es negocio por donde se le vea, es más bien un deber social. La rigidez ridícula con que es manejada actualmente hace que el fenómeno sea observable: es difícil convencer a Eugenia Pérez Hernández de que la leche le pertenece al pueblo. Desde que ella administra, los requisitos para que una persona normal adquiera lo que es suyo por derecho legal son implacables. Hasta el servicio, que debe ocurrir de seis a siete de la mañana, misteriosamente termina diez minutos antes, además de que la señora es quien decide (por su único y todopoderoso juicio) quién cumple con los mandamientos necesarios para llevar al hogar su dotación láctea. ¿La probable razón? La leche sobrante (si es que no se niega su existencia) se queda en la administración. Cabe mencionar que el día de las elecciones y algunos anteriores, un auto con publicidad auditiva de la candidata parecía tener un permiso exclusivo para estar allí, como otros carteles circundantes con una sola leyenda con un solo nombre.

El grupo antorchista es quizá el grupo de ocupación de tierras más grande que existe en México. Llegan, se implantan y ya no se van. Está bien, la tierra es de quien la trabaja. El caso local está relacionado directamente con la Chivera, quien controla también el servicio particular de recolección de basura. Lo curioso de la situación no sólo es que los antorchistas se hayan adueñado de la tercera parte del parque recreativo comunitario conocido como “Campo 10”, sino que los dueños (muy probablemente, pues el juicio es vigente desde hace varios años) de los lotes son familiares y trabajadores directos de la señora Eugenia Pérez Hernández. Los terrenos también son utilizados como estacionamiento de los carros de recolección de su propiedad. ¿La tierra es de quien la trabaja? Hasta los señores feudales procuraban cuartos a sus esclavos, pero esta señora ni en esto invirtió.

La recolección de basura, eso sí es un negocio, aunque puede verse mermado por el servicio gubernamental, que no suele cobrar. Lo común en la zona es ignorar los carros de la Chivera y esperar el carro del gobierno. A veces, cuando éste se ausenta y la basura casera es demasiada, irremediablemente se hace uso del servicio particular, a costa del severo daño al presupuesto diario familiar. Hace dos elecciones, la candidata ganadora fue ni más ni menos que María Elena Saldívar Pérez, única hija licenciada de la Chivera. Resultado: suspensión por medio año del servicio gubernamental de recolección de basura. Como no se puede ser tan cínico (y porque recibió innumerables quejas), el servicio se reanudó, aunque irregular y esporádico durante el resto del lapso de gobernación de la señorita. Afortunadamente, todo esto se regularizó después y ya contamos con un servicio decente (para aquéllos que no conozcan Valle de Chalco, imaginen “decente” como austero y deficiente, pero que no produce quejas de los habitantes de la zona).

Como imaginará el lector, el índice de electores en la población vallechalquense de la Darío Martínez aumentó considerablemente con un solo propósito: Eugenia Pérez Hernández alias “La Chivera” no debía ganar. No sólo por las razones antes expuestas, sino por algunas hasta personales, como el hecho de que muchas señoras no dejarían gobernar a alguien que no estudió la secundaria (como ellas), o alguien que ha cometido tales desplantes de autoridad, sin poseerla. Debe entenderse que, en esta circunstancia, convencer al pueblo de que anular su voto es lo más responsable es inútil, porque inevitablemente habrá un ganador. Aunque la mayoría anule, las familias del parque, los recolectores de basura y los trabajadores de la lechería, por mencionar algunos favorecidos, inevitablemente votarán por la Chivera. Anular no es la opción, en este caso. ¿Por quién votar, entonces?

La situación en mi hogar ha sido austera desde que recuerdo: somos pobres entre los pobres. Mi madre es maquilera, no es necesario aunque es pertinente aclarar que gana una miseria. Convencer al campesino o al obrero de que no debe trabajar para el cacique sino pelear por una vida digna es tan difícil como darle de comer mientras la organización de un movimiento libertario se pone de acuerdo. Por lo tanto, siempre he instado a mi madre a anular su voto, y a recibir las despensas y beneficios promesa del candidato en turno. Este año, cuando me enteré de la postulación de la Chivera por la planilla roja, preferí informarme mejor acerca de los otros dos candidatos. Poco pudo decirme mi madre, sólo que la clásica señora bien informada de la cuadra le dijo que había que votar por la planilla blanca (antes de entregarle dos cupones canjeables después de votar). Al parecer se trataba de un licenciado hijo de la señora que renta películas atrás del mercado, que se había ido a estudiar en el extranjero (hecho en extremo notable). De la planilla verde no se sabía nada.

El mero día de las elecciones salimos temprano porque mi madre tenía que trabajar más tarde, los domingos limpia casas. Ni bien acabamos de salir de nuestro domicilio, una vecina cercana nos encaró y nos informó acerca del tema general: las elecciones. No había que votar por la planilla blanca porque el supuesto licenciado no se había ausentado por motivos académicos, sino que todo ese tiempo había estado en el reclusorio oriente por “ratero y tracalero”, como lo denominó la vecina. Vaya encrucijada, pero nos quedaba la planilla verde. “¿Ése? Es un marihuano y un borracho”. Decidimos no inquirir a la vecina sobre su preferencia electoral para no confundirnos más acerca de nuestra propia elección.

Durante el camino, con testimonios similares de los demás vecinos y amigas de mi madre, comprendimos que votar por un candidato “más o menos bueno” no era posible. Al llegar al lugar encontramos una fila de unos 100 metros, el dato relevante es que a unos cinco metros de la casilla estaba plantada la Chivera, observando a las personas que votaban. Consideré inútil el gesto de la señora (se sabe que es vengativa), pues hasta cierto punto y hasta nuestro nivel de información, el IFE garantiza que tu voto sea secreto. Después observé mejor, la Chivera no observaba a las personas que votaban, sino a las que se iban a cambiar un cupón blanco por algún utensilio de plástico en el centro de canje curiosamente instalado a una calle del lugar de elecciones. La mirada de la señora y su conocido carácter son motivos suficientes para que el ambiente estuviera lleno de tensión, pero sobre todo de miedo. Hasta ese día yo sabía que un candidato no puede estar presente en el lugar donde están las casillas; allí comprendí que la Chivera tenía permisos “de más” antes de poder otorgarlos.

Mi madre me sacó de mis pensamientos cuando me inquirió: “Entonces ¿por quién votar? ¿Por la Chivera, por el tracalero o por el borracho?”, pregunta que nunca olvidaré por lo que conlleva. Pensé, naturalmente, que por ninguno. Vi a la gente de la fila, reunida en grupos más o menos grandes, de los cuales muchos se veían a simple vista simpatizantes de la Chivera (las playeras ayudan a ver quién es quién). Luego la vi a ella. Mis consideraciones acerca de quién era el menos peor me dijeron que, en política, un borracho es ligeramente más confiable que un ladrón probado y una dictadora augurada. Todo un problema moral y filosófico, aunque decidí no ahondar más en él. “Vota, pues, por el borracho” le dije.

Nota del siguiente día, cuando supe los resultados: Ganó el tracalero. Dios nos ampare.
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[Cuento] La omnipotencia
Una noche soñó que era Dios. Levantaba el vuelo con sus alas de relámpago y recorría segmentos enteros del universo con su mirada de supernova. Tenía lunas inmensas en lugar de dedos e invocaba tormentas fortísimas con un melodioso y terrible compás cósmico. Le daba conciencia a algunas estrellas, pero éstas se alejaban de Él cumpliendo deseos. Fundó religiones absolutistas entre las rémoras, entre los sapos; hizo crecer una hormiga al tamaño de una montaña sólo para ver si, de noche, las demás soñaban que podían pulverizar meteoritos con sus mandíbulas. Por eso, a la mañana siguiente, sintió que la vida era miserable y monótona, que sólo valía la pena el transcurrir del día porque imprescindiblemente vendría la noche: el pretexto infalible para soñar.

El sueño habría de repetirse siempre, aunque con ligeras diferencias. Hoy, por ejemplo, soñaba su variación favorita: la parte en el recorrido de Su universo que tocaba dos de los planetas más interesantes y complejos. En ambos se había desarrollado vida inteligente, los habitantes del primero, con dedos y pelo, llamaron a su mundo “La Tierra”, porque tierra veían; los habitantes del segundo, con aletas y escamas, lo nombraron “El Mar”, pues nada más podían mirar. Eso de “inteligente” es un decir, ambos seres parecían nunca ver más allá de lo que sus mortales ojos podían comprobar. Sólo unos cuantos, con la vista enorme de tanto querer abarcar el cielo, miraban Su rostro cuando perdía la discreción y se asomaba cínicamente a ver el tráfico, los grandes almacenes, las innumerables vidas que se dedicó a memorizar e, inevitablemente, a juzgar. En consecuencia, cuando volvía, se dedicaba a ser bueno y monótono, para no provocar la ira de un Dios que quién sabe si existía, pero si era como él en las noches, lo aplastaría con sus dedos de luna por tantos motivos, incluso por ser un mal dios nocturno.

La gente de El Mar era pacífica, la mayoría de las sociedades se consolidaban sobre ideales de cooperación y esclavitud, aunque era mucho menor la proporción de los que añoraban la libertad como bien supremo. Quizá era porque se desplazaban en tres dimensiones en lugar de sólo dos, quizá porque su sistema de comunicación era más limitado, quizá, quizá. Tener dudas es el colmo de Dios, quizá porque nadie podría respondérselas. Quizá. Por esta razón, después comenzó a sentirse orgulloso de haber aprendido cálculo, gramática, física, con su limitada y mortal mente diurna. De noche nada le sorprendía, todo había salido de su mano, pero de día ¿cuántas veces no lloró en la oscuridad de una sala de cine, por un argumento tan simple como la deslealtad de un amor no nacido?

Dios no era siempre un ojo de fuego que devora galaxias y almas, a veces se convertía en algo tan pequeño como un árbol sólo para sentir las cosquillas de las hormigas en sus raíces. En ocasiones se hacía carne, únicamente para comprobar el contraste inmenso entre sentir dolor y tener un orgasmo. Acostumbrado al éxtasis eterno en el que cualquier deidad se encuentra, las sensaciones que tenía cuando era una humana o una aquana le parecían maravillosas. Por esta razón se procuró una mujer para el día exclusivamente para hacerla gritar de placer, cuando se pudiera, con la esperanza soñada de estar haciéndole el amor a Dios mismo.

No supo, pues no veía noticias, que la noche de su luna de miel habría un eclipse. La pasó encerrado en una recámara, en un continuo placer que duró muchas horas, por lo que él y su esposa postergaron el sueño a la mañana siguiente. Ya Dios, extrañó lo que acaba de dejar en una recámara microscópica, en una ciudad pequeñísima, en un mundo breve que habría recorrido en menos de un segundo. Dijo: “Hágase mi esposa” y del polvo cósmico surgió una humana idéntica a su mujer, pero ésta ni siquiera lo miraba. “Ámeme esta mujer”, dijo, y la mujer se instaló en un convento. Al comprender la situación, se retiró nuevamente a crear desesperadas sinfonías con explosiones de estrellas y colisiones de planetas, a esperar el momento en que por fin despertara.

Abriste los ojos. Miraste el rubor natural en las mejillas dormidas de tu esposa, como dos soles iluminando el cielo blanco constelado de pecas rojizas. Esa noche verías una estrella fugaz cruzar el océano, y le pedirías nunca más volver a tener ese sueño, esa pesadilla, le pedirías nunca más dormir para jamás sentir otra vez la impotencia de la omnipotencia. Sería en vano. Dios no puede dejar de ser Dios a menos que alcance una de esas estrellas que le rehúyen, la tome en sus manos y la deje volar mientras pide un deseo.
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El trabajo en una purificadora
A revivir esto.

Debo continuar con el ciclo para el que abrí una etiqueta: "he trabajado". Con muchos no he platicado mucho de mí porque no platico mucho, y por eso pocos lo saben, pero yo he tenido varios (en el más completo sentido de la palabra) trabajos. Hoy, y porque escribo sobre ellos para no olvidarlos, les hablo de uno de los más antigüos y breves que he tenido.

Tendría 16 años, tal vez, y mi espíritu de la responsabilidad más vivo por ese entonces me instó a salir de casa en vacaciones a buscar trabajo por los alrededores. Un gran orgullo para una familia pobre que su hijo busque trabajo por su propia voluntad, aunque el hijo no sepa ni en lo que se está metiendo. Tomé mi bicicleta (¡extraño tanto tener una bicicleta!) y busqué una de las avenidas principales, en donde, debido al alto número de locales, habría de seguro una oportunidad para un menor de edad entusiasta (sí, alguna vez fui entusiasta).

No me equivoqué. Apenas llegué a la avenida había un letrero fosforescente en una purificadora de agua. Me sentí afortunado. Descendí de la bici y entré a preguntar en el local de al lado (según las instrucciones para pedir informes en el cartel), que era una librería cristiana. Salió una señora joven con gesto drástico. Mi intuición era mayor que mi impericia para pedir trabajo, así que le expuse razones adecuadas que parecieron satisfacerle. Sin embargo me dijo que el sueldo era de 400 pesos por una semana de 10 horas de trabajo diario, una miseria hasta por ese entonces. Como no quería regresar a casa sin una probabilidad laboral, acepté. Estos empresarios, ven menores de edad y les brillan los ojos.

El caso es que salí y empecé a recorrer toda la avenida, en búsqueda de una mejor opción. No la hallé. Era domingo, me fui a casa para empezar a trabajar al día siguiente.

La semana fue realmente ardua. Nadie me cree (ni yo), pero llegué a cargar al mismo tiempo hasta tres garrafones de 20 l por distancias considerables (por ejemplo cuando el camión no podía acceder a ciertas calles). Sólo había media hora de comida, que solía ser cuando nos desocupábamos, prácticamente nunca. Por eso siempre comía después de las 4, entraba a las 8 de la mañana y salía a las 6 pm. No soy He-man, por eso en mi segundo día decidí no ir nunca más. Sin embargo esa noche habló Padre a casa (Padre estaba en Estados Unidos) y Madre le comentó orgullosa que estaba trabajando, pero cuando tocó mi turno de hablar y manifesté mi renuncia no anunciada, Padre simplemente contestó: "Uno no puede saber si se va a acostumbrar a un trabajo sino hasta que dura dos semanas en él". Naturalmente él pensaba que me estaba quejando como hacen los demás jóvenes, por cualquier cosa, como no me recordaba bien quizá no sabía que cuando yo me quejo de algo es porque ese algo es en supremo incómodo. Casi nunca me quejo en serio, tolero a niveles de beato, a menos que el objeto de mi queja sea en verdad insoportable. Pero Padre estaba en su deber de padre al enseñarme que "la vida es dura, resiste".

Y resistí la semana completa, bajo el consejo popular de que debía cobrar al menos un sueldo completo. El sábado, un día antes de despedirme para siempre de ahí, me sentía cansado y se me resbaló un garrafón de vidrio, cuando alguien con más mala gana que yo me lo pasaba. Creo que hubiera sido menos dolorosa una herida en la explosión de cristales y agua que los 50 pesos que valía el envase y que, naturalmente, me fueron descontados. 350 pesos por la peor semana de mi vida. Ese domingo, cuando cobré, comprendí dos cosas: 1. No hay una religión mejor que otra (los cristianos ni ninguna generalidad pueden jactarse de buenos) 2. Por qué algunos se gastan todo su sueldo en alcohol en cuanto lo cobran.

Y también aprendí que hay trabajos malos, y que en México no es que no haya oportunidades laborales, sino que más bien lo que prácticamente no existe es la oportunidad para tener un trabajo para seres humanos.
[Poema] El príncipe Thomas
Nacido el príncipe Thomas
a dos meses del Adviento,
hubo el bautizo entre bromas
celebración y contento.

Rey y reina en la alegría
como entera la ciudad,
mas el príncipe crecía
en profunda soledad.

Cuando bien hubo alcanzado
la edad joven y madura
se despidió del poblado
en busca de su aventura.

Padre y madre le lloraron
pero el príncipe decía:
“Mucho tiempo se alegraron
mas hoy busco mi alegría”.

Partió una verde mañana
menos verde que sus ojos,
el Sol, como una fontana,
sabe ocultar sus sonrojos.

Buscó el príncipe en la guerra
el descanso de su alma,
mas ni al ser dueño de tierra
halló consuelo ni calma.

Buscó el príncipe el amor
en corazón de mil damas,
su interior oyó un rumor,
mas no un grito entre las llamas.

Buscó el príncipe la ciencia,
la docta sabiduría,
mas notó que en la influencia
no cabía su alegría.

El mundo ama sin preguntas,
decepción tras decepción,
el príncipe de ansias difuntas
abrazaba al corazón.

Cerró los ojos. Miraba
el más grande y bello abismo.
Sonrió, de alegre que estaba,
halló su Reino en sí mismo.


Nota: Regalo en octosílabos porque me enteré de su cumpleaños un día antes de que sucediera.
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[Cuento] Un poder increíble
Ash, qué asco, voy en un horrendo camión porque el ingenuo de mi papi piensa que no es tan malo que yo regrese a mi casa en este apestadero de pobreza. Estoy súper mal, ¡imagínate! Qué dirían mis amiguis si me vieran aquí, no quiero ni pensarlo. Prefiero caminar, todo es más digno que ser parte de esta gente, si es que estas cosas son gente. Hago como que no miro, pero es imposible no notar su gordura, su flacura, su sencillez, sus caras feas; todos cocinándose en su grasa facial y sudando a litros. Me siento en un zoológico de narices: las hay colgadas, chatas, chuecas, necias, con pelos de fuera… No hace frío, pero estoy temblando del asco. Yo, la niña perfecta, be-llísima, totalmente rodeada de una luz angelical, obviamente soy el centro de atención. Qué difícil es ser yo.
Estoy sentada al fondo del bus, separada de ellos en todos los sentidos. ¡Ay, qué horror! Se está subiendo el peor de todos, ¡el más feo naco que he visto con estos ojitos hermosos que tengo! Harapiento y mugroso, jamás brillará en sociedad. La cara está llena de cicatrices de acné, trae un costal muy sucio en la espalda. La masa roñosa, en lugar de sentarse, se planta en medio del autobús y se atreve a alzar la voz, un sonido como chillido de las cloacas llega a mis orejitas bonitas:
– Buenas tardes señores usuarios del transporte público, este día vengo a comentarles las benéficas propiedades del ungüento “clarasé”, sustancia que fue desarrollada en los más prestigiosos laboratorios naturistas y que ahora pongo yo a su disposición, en la cómoda presentación de crema corporal. Esta pomada, señores pasajeros, presenta características naturales y no daña la piel del consumidor; tiene un suave olor a chicle y puede usarse cuantas veces se deseé, mas su efecto sólo dura unas horas. Todos ustedes se preguntarán qué hace este ungüento; pues bien, en esta bolsa está ni más ni menos que la preciadísima fórmula de la invisibilidad.
Al menos la mitad de la plebe voltea a ver al vendedor. La otra mitad también lo mira, pero con la boca abierta. Yo finjo que no oigo nada, aunque estoy muy sacada de onda. ¿Estas babosadas pasan cada vez que alguien sube a un camión?
– Así es, señoras y señores, no es una charlatanería lo que les digo; a continuación haré una demostración del producto “clarasé”, el ungüento que podría darles un poder increíble.
De su asquerosa bolsa el tipo saca un frasquito con una etiqueta amarilla. Toma un poco de la crema que hay dentro (que parece guacamole) y se talla las manos; entonces…
¡Quiero gritar, quiero gritar, las manos del tipo ya no están! Los brazos parecen cortados, ¡pero la sangre no se cae! ¡Y se ve el hueso! Ay no, ya se lo está poniendo en todo el brazo izquierdo. Todo es tan raro… Yo me muero ¡lo juro! Nadie nota cómo le quita la peluca a un señor calvo que ni se mueve de la sorpresa. El joven se pasea por los primeros lugares, el peluquín vuela lentamente a la pelona brillosa. Después del asombro de todos (ash, creo que hasta yo abrí la boca) se alzan rápido de sus lugares para comprar el increíble frasquito. Antes de que lo atropelle la estampida, el muchacho vuelve a hablar:
– Han visto ustedes las propiedades mágicas del ungüento “clarasé”, y hoy podrán llevarlo a sus hogares por el precio ridículo de dos besos, un cabello y un refrán.
¿Eso qué? Ya hicieron su fila india. La primera que lo compra es una señora cincuentona, que seguro va corriendo para ir a robar las boutiques más caras. Después, un muchacho más corriente que común, que no duda al dar los besos, su cabello y su refrán, para salir rápido al baño de mujeres más cercano. En seguida viene el señor pelón, creo que quiere esconderse de la burla de su calvicie. Así van todos, hasta el chofer, la mayoría salta del camión con el deseo de robar, seguramente. Ahora está vacío. El hombre camina hacia mí, emocionado por la galantería de palabras rimadas y besos coquetos, luego me dice:
– Señorita, ¿usted también desea el nuevo ungüento “clarasé”?
– ¿Estás mal? ¡Ni loca te beso güey!
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El trabajo en tiendas Zara
La introducción no puede ser otra: Un día caminaba con mi amiga Rosana por una plaza comercial, que según recuerdo está en coyoacán. Yo, con aires de niño que se cree especial, le dije: "Todas las personas en estos lugares se parecen. Son tan iguales todas." Rosana, sin duda más sabia que yo, contestó: "Bueno, sí, eso depende. Mi hermana dice que todos los de Filosofía y letras nos parecemos"(temo utilizar mal las comillas en caso de que no recuerde exactamente las palabras, pero recuerdo que esta sí era la intención exacta). Allí confirmé una lección: todo se parece a todo. Sin embargo, ese esplendor raro que surge siempre de las cosas caras y de los lugares lujosos nunca ha dejado de sorprenderme, soy de los que mira con atención y la cabeza arriba en una plaza comercial.

Ayer, lunes en la noche, entré a otro de mis trabajos, que es en una tienda Zara. El horario es de 11 de la noche a 7 de la mañana, mi primer trabajo nocturno. La tienda está dentro de una plaza comercial, en una calle que se llama Molière (las calles de alrededor casi siempre son de escritores del siglo XV al XVII), en Polanco. Nunca había ido a Polanco, aunque el barrio de ahí no me parece para nada lujoso. Pero la plaza comercial lo parece.

La sensación de entrar en una plaza comercial vacía y oscura es única. Hay mucha seguridad en la entrada, pero dentro todo es silencio y unas pocas luces. Es raro estar "pocos" en un lugar hecho para "muchos", me sentí como caminando sobre un anfiteatro romano en ruinas. Luego entramos en la tienda.

Ropa muy cara, inaccesible para mí y mis compañeros, aunque especulo que debe ser barata para una clase media. Tengo un saco que compré (me compraron) en oferta en 400 pesos, y lo vi en la tienda: 1,400 pesos. Ahorrar, gastar. La economía siempre es tan @_@

El trabajo es sencillo y el ambiente es divertido. La paga, buena. A ver cuánto duro aquí.
[Poema] Fatuo
Me despertó la lluvia, ya era tarde,
cantó la noche su fragor siniestro.
Heme turbado aquí, soy cual espectro,
soy yo la sombra y soy la llama que arde.

No tengo pasos ya; no tengo tiempo,
vago rondando en la humedad inerte.
Puedes venir a mí, mortal sin suerte,
guiaré tus pasos más allá del cuerpo.

Sólo mi voz oirás, me llaman fatuo;
oirás mi voz y seguirás mi llanto.
Pronto sabrás que no cometes yerro,

tuya será la decisión, que infatuo.
Nuevos senderos te dará mi canto,
no soy tu perdición, soy tu destierro.
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  • Espejo esférico

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  • Los problemas de una nube... ¿Qué?

    Se preguntarán (sí, seguro) por qué "Los problemas de una nube". Verán, un día salía de mi casa y había lluvia afuera. Recorrí muchos kilómetros hasta la escuela, donde también llovía. En todo el camino no paró de llover. Me dije: "¡Qué tan grande tiene que ser una nube para que abarque de mi casa hasta mi escuela!" Y, como siempre, viene el soliloquio interior: "Soy tan pequeño. Mira esta nube grandísima que no puede mirarme por pequeño. Mis problemas son tan pequeños. ¿Cómo serán los problemas de esta nube?"

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