[Cuento] Simultánea

El día primero de noviembre de 2009, en el minuto treinta y cuatro de la hora veintitrés, vi a la muerte. Ella venía vestida como un joven alto y muy delgado, de tez blanca aunque no pálida ni fantasmagórica, con el cabello negro y lacio lo suficientemente largo para que le cubriera la frente y le rodeara la cabeza en la apariencia de un champiñón, de rasgos faciales finos y hermosos, cubierto por una blanca camisa rayada verticalmente y un pantalón negro formal, y me hubiera parecido sólo un joven cuya belleza sobresalía de lo común si no fuera por la única particularidad de tener las cuencas de los ojos vacías, y porque en cuanto lo miré perdí la vista excelente que solía tener.

No lo noté inmediatamente, el joven inmóvil fue una idea vaga nacida de reojo, que al voltear se hizo paulatinamente más precisa a tal grado que, desde entonces, ocupa mi rango de visión entero. Ciega, precisamente, no estoy. La imagen del joven no me abandonó ni lo haría nunca, hoy tengo ya noventa años.

Un encuentro espontáneo raramente genera preguntas, pero la imperturbable decisión de dejarme con vida sí generó el tiempo necesario para hallar tormentos en mis respuestas insuficientes. Una explicación sinuosa puede ser la que me ha permitido vivir tranquila hasta cierto punto: la muerte es un ente abstracto, que ha jugado a la personificación miles de años en la mente de los hombres. Pienso entonces que el disfraz se apareció ante mí por error, pero no permitió que yo viera más cosas antes o después de ella. Es simple: la muerte se presenta a través de una imagen, siempre la última imagen.

¿Qué pasa cuando un mortal conoce su última imagen? La respuesta parece obvia: muere. Pero, ¿sólo muere? Es decir, si se sabe que conocer es aprehender algo a través de los sentidos y guardarlo en la memoria para su probable recuerdo, ¿no es visto en este proceso un lapso imprescindible de tiempo que la muerte interrumpiría en una paradoja eterna? Por lo tanto, digamos que un mortal no conoce su última imagen, sino que la capta, y es esta interrupción del conocimiento lo que deriva en el cese absoluto de las funciones vitales. Si esto es así, sin duda, yo significo algo más que un error para la muerte; sin embargo, nada hay especial para quien todo lo ha concebido. ¿Qué soy entonces?

Soy tiempo, soy mujer, soy tantas cosas. No soy color. No soy colores, mi vista fue anzuelo y carnada. Pero el pez miserable no se llevó mi caña, no se llevó mi cuerpo, no se llevó mi barca. ¿Qué soy entonces? Soy la memoria de mis imágenes. Una imagen sonora es más difícil de percibir, pero más fácil de recordar. Una imagen olfativa es más difícil de recordar, pero la intensidad de evocación suele ser mayor. Algo parecido sucede con el sentido del gusto. Una imagen táctil raras veces es traída al recuerdo, aunque quizá sean las que tenemos más presentes. Soy la memoria de mis imágenes.

Yo conozco mi última imagen, luego, ya soy inmortal. Pero, si mi imagen me está revelada, ¿no significa entonces que estoy muerta? Nadie podría estar facultado para saber esto. Mientras tanto, y mientras esté segura de ello, puedo aclarar que sigo siendo yo, muerta o viva, aunque ciega. Me asumo viva, quizá, porque aún hago cosas de vivos: ignoro mi futuro, olvido frecuentemente mi pasado y no entiendo mi presente. Tengo un cuerpo sensible, sueño a veces, converso y me alimento a diario. Todo esto me hace suponer que incluso yo puedo esperar el fin; me sé inmortal, pero no eterna.

Si el fin llegara… Ante mí ya no podría presentarse como una imagen. Soy más fuerte que eso.

Si la muerte llega… tendría que venir ella con sus cinco imágenes.

La muerte es un grito horrendo que sale de la piel putrefacta de todos los cadáveres.

La muerte no es el olor de la muerte, sino el perfume resultado de la mezcla entre la esencia de la flor de cempasúchil y la brisa que denota la cercanía del huracán.

La muerte es masticar fuertemente cinco habaneros a un tiempo.

La muerte es el fuego tangible, una pira inmensa de donde descendemos rodando con la esperanza del llano, y cuyo llano es el centro mismo de la pira de lenguas afiladas.

La muerte es aquel joven que vi un primero de noviembre.

Si la muerte llega… tendría que ser simultánea. Tendrían que ser las cinco imágenes coronando un orgasmo.

Me equivoqué al pensar que la muerte puede equivocarse. Yo no soy el resultado de su error, soy el reto puesto por sí misma para probarse.

Si el fin llegara… antes, Ella tendría que aprender a amalgamar.

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    Se preguntarán (sí, seguro) por qué "Los problemas de una nube". Verán, un día salía de mi casa y había lluvia afuera. Recorrí muchos kilómetros hasta la escuela, donde también llovía. En todo el camino no paró de llover. Me dije: "¡Qué tan grande tiene que ser una nube para que abarque de mi casa hasta mi escuela!" Y, como siempre, viene el soliloquio interior: "Soy tan pequeño. Mira esta nube grandísima que no puede mirarme por pequeño. Mis problemas son tan pequeños. ¿Cómo serán los problemas de esta nube?"

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